Arquitecto / Editorial

Gustavo Di Costa

Gustavo es un arquitecto apasionado por el urbanismo. Su afición por la redacción, lo llevó a editar libros de su autoría junto al Consejo Profesional de Ingeniería Civil (CPIC) y al Fondo de Desarrollo de la Construcción (FODECO), así como revistas y boletines en las editoriales Lezgon y Marta Corsini.

“Yo era el nene de cinco años jugando con la pala retro y con el camioncito de arena.”

¿Qué camino educativo recorrió desde la secundaria hasta acá?

Me recibí como maestro mayor de obras en la E.N.E.T. Nº 17 “Cornelio Saavedra”. Cursé en seis años y me gradué como arquitecto en la UBA. En esa misma casa de estudios, hice cursos de especialización en Tecnologías Constructivas y Patologías de la Construcción. Como me gusta mucho escribir sobre arquitectura, también me especialicé en Prensa Técnica. Hasta el día de hoy, cada vez que aparece un curso que me interesa, lo hago.

¿Cómo es un día en su trabajo?

Yo creo que ningún arquitecto tiene un “día normal” en su trabajo. A pesar de tener una suerte de rutina, al llegar a la obra o al estudio, siempre hay cuestiones de último momento o imprevistos que atender. Voy muy temprano a las obras para hacer recorridas. A la tarde me quedo en el estudio, resolviendo lo que relevé a la mañana. Estas pueden ser cuestiones más complejas, o si llega a surgir algún desligue del plan original de la obra ya sea en temas económicos o técnicos y los documento gráficamente o por escrito para enviarlo a otros profesionales y ver si es necesario reunirse para resolverlo con la propuesta que trae cada uno. La mañana es de recorrida y la tarde es más de reflexión y gestión. Esta rutina es un intento mío de organizarme. De todos modos, hay días en los que me quedo toda la jornada en la obra o en el estudio, voy a ver clientes, comprar materiales. En el medio, pasan miles de cosas.

¿Cuál es su parte favorita en el trabajo?

¡Son muchas! Pero ver crecer una obra es mi parte favorita. Desde que llegás el primer día y te encontrás con el lote vacío y las máquinas que empiezan a excavar y a hacer bases, hasta que finaliza y se inaugura. También me gusta mucho la gestión económica y la administración de la obra. Como la contratación y el contacto con los proveedores y profesionales.

¿Por qué eligió trabajar en la construcción?

Siempre me llamó la atención. Como un típico caso de manual, yo era el nene de cinco años jugando con la pala retro y con el camioncito de arena. Me gustaba también dibujar. Al crecer esto me hizo decidirme por un secundario técnico y, luego, estudiar arquitectura. Terminando el colegio secundario empecé a trabajar haciendo planos en empresas constructoras y en estudios. Me gustó tanto que me seguí trabajando.

¿Qué le dirías a tu “yo” de 20 años?

Que sea menos ansioso, que tenga más paciencia porque las cosas llegan. A veces, hay que esperarlas. No todo es tan automático. Que escuche más porque eso podría haber evitado errores. Y que siga adelante porque vale la pena aunque te duela el cuerpo al final del día. Son muchas horas de trabajo, cuando llegás a tu casa, por más que estés diez puntos físicamente, te derrumbás en un sillón. Y cuando ves la obra finalizada, es la satisfacción más grande que podés tener y te repara de todo lo que el día a día te fue consumiendo. Que aprenda de los que le enseñan para no meter la pata donde otro ya lo hizo.

¿Cuáles son sus planes de futuro en tu carrera?

Seguir trabajando. La Argentina es complicada en la continuidad de trabajo en lo que es construcción. Hay mesetas y a veces hay algunos riscos más complicados. Yo me contento muchísimo de seguir trabajando, creciendo y apostando por lo que me gusta y con las personas que vengo trabajando hace más de veinte años, que nos conocemos entre nosotros y nuestras familias porque compartimos mucho. Yo conozco más a algunos compañeros que a miembros de mi propia familia. Uno aprende todos los días.

¿Qué le dirías a alguien que quiere trabajar en la construcción?

Que se meta de cabeza. Que haga los palotes desde el principio. Esto es, que vaya a la obra, que se involucre, que la recorra, que la huela y que clave un clavo. Que pase por todo eso. Es una experiencia que yo se la puedo contar, pero la tiene que vivir. Se va a enamorar de la obra todo el tiempo porque la obra está viva. Todo el tiempo te está demandando, pidiendo y desafiando tu inteligencia y tu capacidad resolutiva. Es apasionante. Que empiece despacito. Y encuentre a un maestro Jedi que lo lleve como a un Padawan, que lo oriente, le enseñe y lo forme. Y que algún día, como las rueditas de la bicicleta, se va a alejar del maestro Jedi y lo va a ser él. Va a crecer, no va a necesitar de las rueditas y va a andar en bicicleta sin manos.

¿Tiene algún cable a tierra?

Hice teatro y actué durante quince años. Ahora estoy un poco más alejado por temas de cansancio. Me apasiona escribir y lo hago por fuera de lo que es arquitectura también. Y el cine y la lectura son entretenimientos que me gustan mucho. Cada vez que puedo, me escapo para temas que no tengan nada que ver con la carrera.

¿Algo que quieras compartir que inspire a otros en su recorrido profesional?

Yo creo que se le atribuye a Mario Roberto Álvarez una frase que dice que “el éxito de la arquitectura es 90% sacrificio y 10% talento”. No sé si realmente lo dijo él, pero es ciento por ciento cierta. La construcción implica mucho esfuerzo. Son muchas horas de estar sentado pensando y muchas otras moviéndose, planeando, equivocándose, recuperándose del error. Es una profesión preciosa que te permite vivir de ella. Hace falta una cuota de sacrificio muy muy grande. Si no, no vas a poder tener tan buenas experiencias ni conocer gente de la que uno aprende muchísimo. El esfuerzo en ningún momento está peleado o reñido con la diversión. Yo me divierto muchísimo. Bromeo y trato de que todo mi equipo la pase bien. Si no generás ese clima en una obra, no sirve y el resultado va a ser malo. Es importante sentarse, esforzarse y divertirse. Eso es lo que tiene de bueno la construcción.